sábado, 19 de junio de 2010

Caza de brujas (Guerra fría)

Durante el período conocido como «caza de brujas», protagonizado por el senador católico McCarthy con el objetivo de perseguir la incursión comunista en Estados Unidos, la gran nación democrática bordeo la tentación fascista, al pasar por un período inquisitorial durante el cual muchos ciudadanos inocentes sufrieron persecución por simples sospechas. Veamos los hechos.

Para impedir la penetración nazi en Estados Unidos fue creado en 1938 el Comité de Actividades Antiamericanas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, su patrocinador, el senador Ranking, consiguió reactivarlo cuando estaba a punto de ser disuelto y fue convertido en una Comisión permanente de la Cámara de Representantes. La Guerra Fría dotaría a esta Comisión de un objetivo claro: la represión del comunismo en Estados Unidos.

A los pocos días de proponer Truman, en marzo de 1947, su programa para la contención del comunismo en Grecia, se aprobó el Programa de Lealtad de empleados federales, orientado a descubrir funcionarios infiltrados, cuyo objetivo sería supuestamente pasar secretos a la Unión Soviética. Las tensiones de la Guerra Fría —bloqueo de Berlín, Alianza Atlántica— y sobre todo el estallido de la primera bomba atómica soviética en 1949 llevarían esta prevención anticomunista a un estado de histeria. Toda persona considerada sospechosa era inscrita en una lista, privada de su puesto de trabajo o internada en un centro de detención.

Espoleadas por McCarthy, las sesiones del Comité de Actividades Antiamericanas, en un clima de sos­pecha alimentado por la difamación y los rumores, descubrieron efectivamente algunos culpables pero a costa de perseguir a muchos inocentes. El senador católico elevó el nivel de los acusados cuando intentó acusar al prestigioso general Marshall, y ya en el mandato de Eisenhower, al secretario del ejército. Los méto­dos de McCarthy terminaron por desacreditarlo y fue destituido en 1954, aunque todavía continuó con menor ritmo la actividad del Comité durante algunos años.

Olvidando el principio jurídico de la presunción de inocencia, ante cualquier denuncia el Comité aplicaba la presunción de culpabilidad y era el acusado quien tenía que desmentir y aprobar su no pertenencia o simpatía por el Partido Comunista. Quienes reconocían su culpa, podían lavarla delatando a sus camaradas. El clima de relación se extendió por algunos círculos culturales y tuvo su momento culminante en las audiencias del Comité en 1951. El récord fue batido por el guionista de cine Martín Berkeley al denunciar 162 nombres de presuntos infiltra­dos en la industria cinematográfica.

De esta forma, se confeccionaron listas negras. La publicada por el Congreso en 1952 incluía 342 nombres de «antiamericanos», a los que no se debía proporcionar trabajo en ninguna actividad.

McCarthy instó a que se constituyeran en las ciudades comités y grupos de vigilancia privados. Miles de personas perdieron sus trabajos, se negó el pasaporte a los sospechosos de comunismo y procesó a numerosos residentes extranjeros.

Dos procesos famosos
En esta atmósfera de sospecha no todas las víctimas eran inocentes. Con la indagación tenaz de un miembro del Comité, Richard Nixon, futuro presidente, se descubrió que un antiguo alto cargo del Departamento de Estado, Alfred Hiss, era un espía soviético. A su favor testificaron políticos destacados, entre ellos el Secretario de Estado Acheson, pero otros testimonios y algunas pruebas llevaron a su condenapor espionaje. El caso Hiss fue aprovechado por la derecha republicana para acusar a los demócratas de im­prudencia en la defensa de la seguridad nacional.

Más importante fue el proceso seguido contra los esposos Julius y Ethel Rosenberg (1950-1953), acusados de pasar secretos atómicos a Rusia. Detenidos por el FBI, fueron declarados culpables sin pruebas suficientes y condenados a muerte. A pesar de la campaña internacional en su favor fueron ejecutados en la silla eléctrica en la prisión de Sing Sing el 19 de junio de 1953. Muchos años después se ha sabido que, aunque efectivamente pertenecían al Partido Comunista, los secretos transmitidos no tenían la trascendencia que pretendió el hermano de Ethel, David Greenglass, quien denunció a su familia para conseguir un trato favorable en las acusaciones que pesaban sobre él. Y que en cualquier caso había sido una actuación de la esposa, pero probablemente sin participación de Julius Rosenberg.

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